martes, 9 de enero de 2018

Concierto de música antigua en Santa Marta Acatitla

Cuando apareció en el paisaje la muralla de la penitenciaría “la grande” e inmediatamente después la prisión femenil de Acatitla, yo guardaba en silencio la incertidumbre de lograr con éxito un concierto de música antigua en esos territorios.
Tres elementos humanos son fundamentales en el resultado de un concierto: los artistas, el público y los funcionarios de cultura; en este caso, en el grupo Segrel confío plenamente; al cautivo público femenino había decidido apostarle sin reservas; y a los funcionarios de Difusión Cultural del Centro de Readaptación Social los conocía solo por teléfono; sin embargo me habían dado muestras de disposición y apertura, por ejemplo cuando decidíamos sobre el recinto: en primera instancia me sugirieron el patio donde las cautivas se reúnen en las horas de descanso-convivencia. Yo les hice hincapié en que prefería un salón pequeño, apropiado para un público selecto y atento, porque es lo que nuestra música exige.
Pensaba que mi propuesta era atrevida pero, para mi sorpresa, al entrar al Dormitorio G, me di cuenta que la lic. Magali y el profesor Jorge apostaban a algo más temerario: “Aquí dentro de los dormitorios nunca se realizan eventos culturales, así que ése solo hecho va a llamar la atención”, dijo con confianza la licenciada y el profe comentó algo que yo interpreté como: “la música será la que elija a su público”. Escuché que entre ellos dialogaban: “ya le dije a Sara, para que corra la voz”; supe que se refería a la famosa “narcosatánica”, que yo había conocido diez años antes, y cuyo entusiasmo y liderazgo me impactó, lo reconozco; confirmé que su interés en la expresión artística trascendía la prueba del tiempo y prisiones. Lo suyo era más que un interés o una vocación, tal vez algo parecido a las fuerzas de la naturaleza.
Pues en lo que se corría la voz, una vez afinados los instrumentos el reloj marcó las doce del día, la hora del concierto: los ruidos y radios de la cocina contigua cesaron y nos encontramos frente a un público de tres mujeres y el profesor, situación que rebasaba por lo bajo cualquier expectativa; entonces, haciendo acopio de valor y concentración, comenzamos a tocar nuestros instrumentos antiguos y –como debe ser– sin micrófono alguno. Tal vez he pedido lo imposible, pensé, y aún lo posible no suceda… pero el programa es largo, le dije a mi resignación. Incompresible sonrisa se dibujaba en el rostro del profesor y, de pronto todas las sillas estaban ocupadas: proceso tan silencioso que pasó inadvertido para los intérpretes de aquéllas músicas del pasado. Llegó el momento del Canario antiguo del siglo XVI , que en su inexorable desarrollo sirvió de tribuna para que Vladimir Bendixen alzara la voz:


                Busco en la muerte la vida,
                salud en la enfermedad,
                en la prisión libertad,
                en lo cerrado salida
                y en el traidor lealtad.
                Pero mi suerte, de quien
                jamás espero algún bien,
                con el cielo ha estatuido
                que, pues lo imposible pido,
                lo imposible aún no me den.


Tal vez por la contradicción que entraña esta décima, contenida en el Quijote (parte 1, capítulo 33) o por lo alegre de la danza popular, las cautivas nos brindaron una elegante ovación; no sólo a nosotros, sino al arte lírico que nos hemos propuesto trasmitir.

Cuando un músico es tan chingón, que ya no le afecta su público, para mi terrenal punto de vista, ya no es tan chingón; por eso quiero resaltar que las Recercadas de Diego Ortiz, la Fantasía X de Alonso Mudarra o la canción “¿Con qué la lavaré?” de Vasquez-Fuenllana interpretada en íntimo trío instrumental fídula-laúd-viola da gamba, fueron recibidas por el público de tal manera que, aunque las condiciones acústicas no eran las óptimas, podíamos percibir la sensible recepción y, por tanto, lograr un pianíssimo, en el pleno corazón de una prisión activa y saturada.
Sólo hubo una breve interrupción: un extraño ritmo percusivo que se acercaba hasta que descubrimos al autor: el recogedor de basura con sus dos tambos; también rítmicamente con su jarana, Jorge Morenos, le dirigió cinco notas homólogas en maternal referencia, pero a tal velocidad, que más que un insulto, resultó un chascarrillo que las cautivas celebraron con hermosa discreción y soltura. 
Hay que decirlo, el final del concierto de noventa minutos fue aplaudido de pie por la totalidad del público. Las cautivas, a pesar del funcionamiento de la prisión, no se comportan ni remotamente como niñas de escuela; como recordaba al inicio del relato, es dificil acarrearlas o manipularlas, y suele evitarse si no es indispensable.


En verdad estábamos ante un público selecto; la muestra de que en el mini-universo de Santa Marta existe un público más que suficiente para un concierto de música antigua: número = 42.
Después del concierto solicité a las cautivas que nos dijeran sus comentarios u observaciones críticas y entonces descubrí a un grupo de mujeres tan abiertas, desinhibidas y libres que me llené de alegría. Valió mucho conocer sus observaciones sobre la experiencia artística que se les ofreció.
La mayoría de los comentarios de las cautivas fueron de sincero agradecimiento, de esa clase de agradecimiento que no brota cuando lo que se da es un bien puramente material. Una de las féminas reconoció nuestra sensibilidad, a lo que yo reviré que dicho mérito era de ellas pues la sensibilidad es una exigencia para el público. Ella no cedió: “es que esa música no la hubiéramos entendido ni sentido, si ustedes no la trasmitieran”. Lugares comunes, tal vez, pero que vale la pena frecuentar, porque son comunes a nuestra naturaleza humana. Creo que no hay mayor satisfacción que comprender el dolor ajeno.
Un público culto puede germinar en una sola sesión. Las mujeres cautivas, conforme avanzaba el programa, reaccionaban a los movimientos bajos de la viola da gamba, al contenido y la musicalidad de la poesía, a las luciérnagas nocturnas del laúd, a la música de planetas de la fídula, a la humanidad inconmensurable del canto.
Termino reproduciendo los versos finales que más conmovieron a las cautivas, un romance viejo en la memoria de un preso del siglo XVI.

    Por mayo era, por mayo
    cuando fazen las calores:
    cuando dueñas y doncellas
    todas andan con amores.
    Caballeros y escuderos
    van servir a sus señores;
    sino yo triste cuytado
    que yago en esta prisiones.


Por mayo era, por mayo 


Ciudad de México, agosto de 2006